La displasia de cadera engloba varias alteraciones en la cabeza del fémur que provocan problemas de desarrollo y estabilidad de la articulación de la cadera. Estos problemas están presentes desde el nacimiento. Es importante realizar un correcto diagnóstico del bebé al nacer para evitar problemas futuros.
En el mal desarrollo de la cabeza del fémur y/o del acetábulo (la zona donde encaja el fémur con la pelvis) puede provocar diferentes grados de gravedad.
Hace unos años se utilizaba el término “luxación congénita de cadera” pero, actualmente, consideramos más correcto por el de displasia de cadera, ya que no todas las caderas evolucionan hasta la luxación.
Una cadera es “luxable” cuando al aplicar un movimiento podemos luxar la cadera. En este caso la luxación es reductible. Esto quiere decir que el fémur vuelve a su posición normal.
Cuando hablamos de “cadera luxada” nos referimos a que la cabeza del fémur y el acetábulo no están bien adaptados o integrados, su función y movimientos no son correctos. Estos casos son los más graves, ya que la luxación es irreductible. Esto quiere decir que el fémur nunca vuelve a su posición normal.
Hay algunos factores que influyen en el bebé para desarrollarla, como:
Los sistemas de porteo (mochilas portabebés) actuales no producen alteraciones en la articulación de la cadera porque mantienen las piernas separadas y permiten su movimiento.
Detectar precozmente la displasia de cadera es la clave para que el tratamiento sea un éxito y el desarrollo del niño sea normal y sin secuelas.
Esto se consigue mediante la exploración rutinaria de todos los recién nacidos. El pediatra realiza dos maniobras o movimientos en la cadera del bebé que se llaman Barlow y Ortolani. Con esta exploración se puede evaluar si la cadera está luxada o es luxable. Es la típica frase del pediatra: “he notado un clic”.
La primera maniobra que se realiza es la de Ortolani: se intenta recolocar en su sitio la cadera luxada. Si notamos un “clic” es que hemos reducido una cadera luxada. En cambio, la maniobra de Barlow consiste en intentar luxar una cadera que está en su sitio. Si notamos un “clic”, sospechamos que el bebé tiene una cadera luxable.
Además, el pediatra también evalúa, para mayor seguridad a la hora de sospechar este diagnóstico, si la cadera se mueve con normalidad, cuánto abre y separa las piernas el bebé o si existen asimetrías en los movimientos de una y de otra.
Siempre que se sospeche en la exploración o bien si el bebé tiene tres o más factores de riesgo, se debe confirmar el diagnóstico mediante una ecografía de cadera. La ecografía es una exploración segura, sencilla y sin efectos secundarios. Esta prueba sólo es válida para menores de seis meses. Si sospechamos una displasia de cadera en bebés mayores de seis meses hemos de confirmarlo con una radiografía.
El éxito terapéutico radica en un diagnóstico precoz. Cualquier retraso en el diagnóstico puede comprometer el futuro de la articulación de la cadera y provocar la evolución hacia una artrosis prematura. A todos los recién nacidos se les deben explorar las caderas tras el nacimiento (en la primera exploración del pediatra antes del alta hospitalaria) y en los controles pediátricos habituales. El objetivo del tratamiento es conseguir un desarrollo normal de la cadera.
Si el bebé solo presenta una ligera inestabilidad (clic) hay dos opciones terapéuticas en función de la opinión del traumatólogo infantil:
Si el diagnóstico y el tratamiento se realiza en los primeros tres meses de vida no vemos apenas secuelas cuando el niño crece. La complicación más frecuente en el niño no diagnosticado a tiempo es la cojera permanente. Debido al malfuncionamiento articular, se acabará desarrollando una artrosis precoz de la cadera que requerirá, en el adulto joven, la colocación de una prótesis.