Como indican sus siglas, se trata de una Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica (EPOC). Podríamos decir que es una enfermedad progresiva con afectación sistémica caracterizada por una obstrucción al flujo aéreo y directamente relacionada con el tabaco. Cursa con periodos de exacerbación o empeoramiento de los síntomas (sobre todo en invierno coincidiendo con las infecciones respiratorias agudas).
Afecta a la población fumadora, aunque debemos incluir a un pequeño porcentaje de fumadores pasivos que debutan con la enfermedad. El principal factor de riesgo es, rotundamente, la exposición al humo del tabaco. Existen otros factores estrechamente relacionados como pueden ser el déficit de alfa1 antitripsina (enfermedad genética), la exposición a irritantes (por ejemplo, en el entorno laboral), la contaminación ambiental, o las enfermedades respiratorias previas (enfisema y bronquitis crónica), entre otros.
Es una enfermedad muy prevalente que supone un alto gasto sanitario y cuyo pronóstico empeora por la presencia de otras enfermedades que pueda presentar el paciente (comorbilidades) como pueden ser la cardiopatía, las arritmias, la hipertensión arterial, la diabetes, la patología tiroidea, la obesidad…
En estadios iniciales los síntomas son escasos y de intensidad leve. Sospecharemos EPOC en aquellos pacientes adultos fumadores que presenten estos síntomas:
Es importante indagar sobre los antecedentes personales y familiares y sobre los hábitos tóxicos (tabaco, alcohol…). La exploración física aporta poca información al inicio de la enfermedad para confirmar el diagnóstico.
Una de las primeras pruebas que vamos a solicitar va a ser una espirometría, que es una exploración de la función respiratoria que mide los flujos y los volúmenes respiratorios. Se emplea para el diagnóstico y el seguimiento evolutivo de la patología respiratoria. La espirometría simple se realiza haciendo inspirar profundamente y soltar todo el aire que se pueda. Mide el volumen máximo inspirado y espirado.
A veces se solicita una espirometría forzada (tras la inspiración profunda el paciente mantiene la espiración alargándola hasta no poder más), que mide el aire espirado en relación al tiempo.
Con la espirometría tendremos claramente catalogado el tipo de patología respiratoria, aunque pueden ser precisas otras pruebas complementarias para definir el grado y/o finalizar el estudio, como pueden ser una radiografía de tórax, un electrocardiograma y un TAC torácico. Asimismo, podremos hacer el despistaje de otras enfermedades respiratorias que pueden manifestarse con síntomas similares como pueden ser el asma, las bronquiectasias o la insuficiencia cardíaca.
Una vez clasificado el paciente según su gravedad (EPOC leve, moderado, grave y muy grave) procederemos al abordaje terapéutico incidiendo en la eliminación del hábito tabáquico y tratando los síntomas respiratorios. Todo ello estará enfocado en la mejoría de su calidad de vida. Recodemos que el abandono del hábito tabáquico supone un punto de inflexión muy importante dado que influye en el pronóstico y la evolución de la enfermedad.
Es muy probable que el paciente precise un tratamiento con corticoides (inhalados o vía oral) con finalidad antiinflamatoria para mejorar la función pulmonar y reducir el número de agudizaciones. Otros tratamientos implicados pueden ser los broncodilatadores, la oxigenoterapia o los mucolíticos. Es importante el adiestramiento del paciente en cuanto a la diferenciación de su medicación de base y la de rescate (que debe emplearse sólo en caso de aumento puntual de síntomas). Es fácilmente deducible que si el paciente precisa más medicación de rescate ello significa que su medicación de base no es suficiente o bien que su enfermedad está evolucionando.
En estadios avanzados de la enfermedad el paciente puede requerir unos cuidados más específicos, no sólo médicos sino también de soporte psicológico, social o familiar. Ante todo, debe sentirse arropado y en situación de confort.