La pericarditis es una inflamación del pericardio, membrana a modo de bolsa con dos capas que rodea el corazón. La función del pericardio es la de disminuir la fricción y el desplazamiento del corazón, ejerciendo de barrera con estructuras adyacentes.
La pericarditis es una enfermedad con una gravedad moderada ya que depende de su causa o forma de presentación, puede ser un cuadro autolimitado de 2 a 6 semanas de duración o una patología con afectación cardíaca más importante y complicaciones que pueden poner en riesgo la vida de la persona (taponamiento cardíaco, etc.).
En el 80% de los casos de pericarditis no se conoce de forma exacta la causa, tras el diagnóstico inicial y se asume que su orígen es una infección vírica. Otras posibles causas son: infección por otro tipo de microorganismos (bacterias como neumococo, estreptococo o estafilococo, otros virus como coxsackie, influenza, VIH y por tuberculosis o infecciones por hongos). También puede ser debido a la extensión y afectación de tumores como sarcoma, cáncer de pulmón, de mama, etc. o secundario a enfermedades reumatológicas como artritis reumatoide, fiebre reumática, lupus, esclerodermia, etc. Otras causas más infrecuentes son por las alteraciones de estructuras próximas como puede ocurrir tras un infarto de miocardio, neumonía, insuficiencia cardíaca, etc.
Los pacientes presentan dolor torácico a nivel retroesternal (detrás del esternón) y en la región izquierda pectoral (región precordial), que empeora con la tos, la inspiración o si el paciente se sitúa boca arriba. Puede irradiarse hacia la parte superior de la espalda y el cuello. Se puede acompañar con sensación de falta de aire y fiebre. Además, puede estar asociado a otros síntomas de la enfermedad de base que pueden ser el orígen de la pericarditis.
El tratamiento principal va dirigido a disminuir la inflamación, controlar los síntomas y paliar la causa que lo origina, que en nuestro medio es la infección viral o de causa desconocida. Se pauta la toma de antiinflamatorios no esteroideos (ibuprofeno, aspirina, etc) repartidos a intervalos de 6-8 horas durante 1 o 2 semanas, indicando al paciente un reposo relativo.
Tras este primer período, se reduce paulatinamente la dosis durante otras 2 – 3 semanas si el paciente se encuentra sin síntomas. Se prescriben fármacos inhibidores de la bomba de protones (como omeprazol) para la protección gástrica. También se puede asociar a colchicina, un fármaco que ayuda a disminuir la inflamación y disminuye el riesgo de recidivas. Los corticoides sólo se usan en casos de no respuesta con los antiinflamatorios no esteroideos o si se tiene alergia a ellos.
Si no hay mejoría de los síntomas tras la primera semana de tratamiento se debe reconsiderar la causa de la pericarditis. La hospitalización está indicada si el paciente presenta signos de mal pronóstico como fiebre alta, inmunodepresión (defensas bajas), tratamientos con anticoagulantes, derrame pericárdico (acúmulo de líquido entre las paredes del pericardio), etc.
El diagnóstico se realiza mediante una exploración física completa, donde de forma característica puede objetivarse en la mayoría de los casos el llamado “roce pericárdico” en la auscultación cardíaca (escucha de un ruido de roce o frote anormal en los sonidos cardíacos). Asociado a la exploración, se realiza un electrocardiograma donde se ven alteraciones del trazado del electrocardiograma característicos de la pericarditis.
Además, se puede hacer un ecocardiograma para valorar la presencia de derrame cardíaco (líquido dentro de las membranas pericárdicas) y objetivar el funcionamiento interno del corazón o si existe afectación del músculo cardíaco (miocarditis).
Otra de las pruebas de imagen que se realizan es la radiografía simple de tórax, donde pueden observarse alteraciones pulmonares que puedan ser la causa de la pericarditis (tuberculosa o tumores) y se observa la silueta cardíaca que estará alterada si existe un derrame pericárdico.
También se realiza una analítica de sangre básica donde se puede observar el aumento de los llamados reactantes de fase aguda (velocidad de sedimentación glomerular o VSG, aumento de los leucocitos o glóbulos blancos, proteína C reactiva o PCR), determinación de las hormonas tiroideas o de las enzimas hepáticas.
Entre los factores desencadenantes más comunes están las infecciones respiratorias o gástricas producidas por virus.
Es frecuente que la pericarditis aparezca como complicación, tras el padecimiento de una infección respiratoria o una gastroenteritis producida por un virus.
Padecer otras enfermedades como tumores, enfermedades autoinmunes, hipotiroidismo, infarto de miocardio, etc… También puede ser un factor de riesgo para desencadenar una pericarditis. Además, si el paciente toma determinados fármacos (procainamida, fenitoína, hidralazina) porque ha sufrido algún traumatismo torácico o ha sido sometido a radiación, también son factores de riesgo para poder sufrir pericarditis.
La pericarditis es una patología difícil de prevenir. En su gran mayoría se asume su origen infeccioso por un virus. Como con todas las infecciones, es básico establecer una serie de pautas de higiene que incluye el lavado de manos frecuente.
Para prevenir la aparición de una pericarditis recurrente se establece el tratamiento con colchicina.
La pericarditis es una patología que suele valorarse en el servicio médico de urgencias hospitalarias, con seguimiento posterior por el especialista en cardiología y el médico de familia para ver la evolución. Si hay complicaciones y signos de mal pronóstico se hospitaliza al paciente en el servicio de cardiología.
Es la acumulación de más de 50 ml de líquido en la cavidad pericárdica, espacio formado entre las paredes del pericardio, membrana que cubre al corazón.
La pericarditis es la inflamación de la membrana de doble capa que cubre y protege el corazón y que puede producir que éste no funcione adecuadamente aumentando la presión que tiene que soportar, sobre todo si el líquido que existe entre esa doble capa aumenta. Eso hace que el llenado del corazón se dificulte y que no pueda realizar su función de bomba de impulso de la sangre.
Durante el brote inflamatorio (mientras el paciente tiene dolor, fiebre y marcadores de inflamación elevados…), debe permanecer en reposo relativo. Posteriormente, realizará una incorporación progresiva a su actividad habitual. Se recomienda no realizar ejercicio física hasta tres meses después de haber normalizado los síntomas y todas las exploraciones complementarias.
No está descrito el estrés como causa del origen de la pericarditis, aunque en muchas ocasiones no se conoce específicamente por qué el pericardio se ha inflamado. Aún así, es conocido que el estrés influye de manera negativa en el organismo, alterando las cifras de tensión arterial y aumentando la frecuencia cardíaca de forma anormal, lo que a largo plazo puede afectar al corazón.